Cuento: El perro de Ateni

Por Elbayo.

Entre las montañas de Ateni, había un pequeño poblado en el que un viejo labrador, muy devoto a la Iglesia, cuidaba su rebaño. A su lado, casi como un bastón, su infatigable perro le acompañaba en sus arduas caminatas. La vida del hombre, como es natural, fue más larga que la de su amado compañero. Así pasaron sus otoños y el perro falleció.

El viejo muy entristecido subió a una de esas montañas; y allí, en donde se divisaba todo el valle de Tana, cabó un profundo hueco y enterró a su perro.

Diario iba a la montaña, luego una vez a la semana, después una vez al mes, y finalmente una vez al año. Pero el recuerdo de su querido perro no se desvanecía de su alma, lo que desaparecían eran sus fuerzas y el largo trajinar cuesta arriba lo hacia desfallecer.

Un día despertó el viejo lleno de bríos y se dispuso subir la montaña, poco a poco, iba logrando el objetivo de llegar a la cima, pero a la mitad sintió que sus rodillas no le obedecían. Se hincó al suelo y miró al cielo.

– ¡Que viejo estoy! Se dijo.

Descansó unos minutos y trató de nuevo de subir. Dudó un poco pero al final su mente pudo más que el cuerpo y empeñoso subió.

Al llegar, vio todo inmutable; las mismas piedras, el mismo paisaje, el mismo viento, la misma tumba de pedruscos.

– Ya no volveré, será la última vez.

Se arrodilló en la tumba de su amigo, aquel que estuvo tantos años acompañándolo en su soledad. Allí oró y pidió a Santa Nino, que le concediera un favor, que sobre la tumba de su perro pudiera crecer alguna florcita que pudiera alegrar el lugar. Abrió sus ojos y en su imaginación vio una sabana de flores sobre aquella pequeña tumba. El viejo se alegró. Más tranquilo y descansado empezó a bajar la montaña para no volver más.

Una sueva garúa cayó, y en cuanto las gotitas rozaron la tierra y las piedras de la tumba, de entre estas empezaron a brotar unos delicados palitos verdes. Al día siguiente el sol brilló fulgurante dando la bienvenida a unas florecillas silvestres que embelesadas por su dorado halo le saludaron con reverencial pleitesía.

Ateni, Georgia.

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